Con motivo del estreno hoy en el Festival de Mar del Plata y en dos pases más en siguientes jornadas, dedico unas líneas a la tercera película que veo del proyecto “Otro año, diez más”, de Gonzalo García-Pelayo. Decía él en redes sociales en mayo de 2023: “Con Lucía Seles me siento feliz, me gusta estar con ella con cualquier motivo” y seguía argumentando, a pesar de la rotundidad de su entrada, más y más razones que provocaban un acercamiento profundo al alma de esta directora que aterrizó para mí no hace ni un año y se ha convertido en alguien muy cercano en pocos meses. El cine garcíapelayiano tiene esa característica, presenta a sus personajes piel con piel con el espectador, desnudos de artificios, depositarios de una forma de entender el cine libre de ataduras y que se desliza por líneas tangenciales al sistema habitual.
En otras ocasiones le he oído comentar que en esta directora ha encontrado ilusión, la fuerza de emprender nuevos proyectos en la producción en Argentina, lo cual ha desembocado en un protagonismo casi absoluto de ella en esta nueva película del director, asentado en un producto de naturaleza “simbiótica”. Sin duda, “La próxima película de Carmen Trevilla” es una declaración de amor cinematográfica a este inclasificable y adorable ser poliédrico que es Diego, Selena, Lucía, Carmen, que nos conquista por su excentricidad, bondad, emoción, verborrea incontinente y lúcida. Que nos produce un extrañamiento desde el minuto uno de la película con su clasificación de sufrimientos, sonido de su voz imposible cantando, comentando un partido de fútbol a su forma; que es capar de conjugar dulzura y rotundidad para no resultar hiriente y tenerle un profundo respeto y no decepcionarte cuando no habla del todo bien de nuestro García Lorca o Bergman.
Gonzalo García-Pelayo ha encontrado la horma de su zapato. Aunque a priori pudiéramos pensar que son personas muy diferentes, el español, olfateador a kilómetros del talento, ha encontrado en la obra y personalidad del argentino un apéndice de su forma de entender el cine. Tal como vimos en la «Trilogía del tenis» o “The urgency of death” de Seles, son varios los puntos de unión en ese cine común imperfectamente perfecto, ordenadamente caótico. El aparente absurdo llevado a la emoción y la reflexión. Contrarios que se atraen y terminan por ganarnos. Y ese aspecto me llevó a una confusión en un momento dado de la primera parte (ésta ha salido más larga que de costumbre) en que tuve que pararme a pensar quién la dirigía, por esas coordenadas que les unen.
Carmen Trevilla habla como Lucía Seles, corre como ella en ese travelling que le vi en su última película donde cabían toda la emoción, el amor, la búsqueda y la tristeza del mundo. Carmen dirige como Lucía de cuclillas en el suelo observando en contrapicado los ensayos e interpretaciones de sus actores en los que deposita su cariño y da indicaciones de forma muy tranquila. Carmen muestra el tuétano en sus odios, en su poema tatuado en la cara con motivo del fallecimiento de su madre, cuando nos habla de sus obsesiones como la de los “hermanos no conocidos” de los famosos al descubrir que existe en Buenos Aires una estación de tren que se llama “Ezeiza” (que da título a su película, «video» le dice) aparte del aeropuerto. Carmen quiere montar en moto y la besa por todos lados, nos habla de Puerto Hurraco y la Dulce Neus (episodios de la crónica más negra de España) causándonos una sorpresa. Carmen va a contracorriente rozándose con el gentío de la estación a la que seguimos detrás con el mismo entusiasmo que ella contagia. Repito su nombre porque es ubicua, se desborda, se lía, nos lía, habla espontáneamente, nos agarra, conocemos y descodificamos con normalidad su neolenguaje porque ya nos lo enseñó hace un tiempo. Nos emociona, porque esta película de Gonzalo tiene momentos de pellizco, frescos, locos, hondos, toda una montaña rusa que me recuerda más a su cine anterior que las dos primeras de este nuevo proyecto. Donde vemos personajes habituales en otras como su siempre eficaz hermano Javier y su hijo Óscar. Lucía hace de ella misma como le gustaría a Pasolini en una historia más cerca de la realidad que de la ficción.
Aunque debajo de esa epidermis de supuesta ficción, se esconde un documental bien reflexionado por cómo entiende el cine Gonzalo. Si hace unos días veía la última película de Nanni Moretti y se exponía, criticaba a su forma la situación actual, las formas de producción, la ética y estética del cine, García-Pelayo también lo hace. Su hijo Iván representa un productor español benévolo, aquiescente, comprensivo y abierto, junto con otra productora uruguaya. Escuchan y siguen a la directora, la ven ensayar, tratan de conocer sus pulsiones, intereses y la graban con el móvil continuamente para no perder nada de su esencia. Iván sonríe continuamente, su expresión bonachona es de una persona para llevártela a casa, pero eso no quita que en un momento dado hable con convicción y decepción por algunos festivales alternativos europeos, la situación del cine contemporáneo (me recordó a su padre en uno de los making-of del pasado proyecto) o si ese estilo de cine argentino gustará en el viejo continente.
Se habla en esta película de un tipo de cine menos convencional, libre, hasta anárquico, que es el cine de García-Pelayo. Un cine de autor que puede caminar por el abismo y la incomprensión por esas mismas razones, pero por el que se lucha, se reivindica, se presenta a festivales buscando un sitio, un destello, la oportunidad. Declaración clara de intenciones de quien sabe muy bien lo que quiere y cómo lo quiere.