Gran comentario y primero que se publica sobre mi cine en Argentina

Gonzalo García-Pelayo comiendo

Primer gran comentario sobre mi cine que se publica en Argentina


Uno de los mejores directores de cine contemporáneos vive en un modesto departamento del microcentro de Buenos Aires.

Él, porque es español, diría apartamento; y diría, también, simplemente, centro, omitiendo el enojoso prefijo, tan de puntillas y sin necesidad. Gonzalo García Pelayo, el cineasta de marras, dice haber encontrado su lugar en este país vasto, poco federal, poco habitado, poco transitado por el cine del mundo.

Los memoriosos recordarán quizá Way of a Gaucho, una estupenda película americana del francés afincado en Hollywood Jacques Tourneur. Claro que Tourneur prácticamente no podía hacer otra cosa que películas estupendas. No le salían malas.

García-Pelayo filmó en España, filmó en la Argentina, filmó en Kazajistán; filmó en la India, en Camboya y en Vietnam. Y no le han salido películas malas. Quizá no debería decirlo yo, que soy, milagrosamente, su amigo. Pero es verdad: Gonzalo ha filmado mucho y bien.

Su lema de toda una vida contradice el lugar común de cualquier persona bien pensante, que identifica el arte con formas sublimes, maniobras celestes, oficio de dioses impertérritos. Dice Gonzalo: “Prefiero la cantidad a la calidad”.  Gonzalo es un entusiasta de los números, a los que estudia, analiza, desmenuza, cuida y vela por ellos, como si fueran sus hijos. La frase es menos que una boutade, y a la vez es mucho más.

Gonzalo filma mucho y rápido, especialmente en los últimos años. Sus números, la cantidad de películas y el tiempo de rodaje de las mismas, velocísimo, asombran a cualquiera. Podríamos hablar de eso ahora, pero la información circula por ahí. Lo importante es que se trata de un director que hace grandes películas. Su cine es sobre paisajes, sobre música, sobre gente que le interesa. Una película puede ser una excusa para viajar, salir al rodaje, armar una familia.

Las familias del cine son cosa seria. Gonzalo tiene familia propia, de las llamadas “de sangre”, que es amplia y cercana, y además tiene su familia del cine, también numerosa. Esta segunda familia es casi toda argentina. El director había estado ya muchas veces en la Argentina, pero en los últimos cuatro años sus visitas al país del sur se hicieron más regulares, casi una obligación del espíritu. En la Argentina, en Buenos Aires, presentó sus películas, produjo otras, filmó unas cuantas. Filmó en la ciudad de Buenos Aires, pero también en la provincia, en algunos de sus pueblos y ciudades, hechizado por las obras de Francisco Salamone, por un paisaje poco recorrido por directores argentinos y nada recorrido o imaginado por cineastas de otras latitudes. ¿Way of a Gaucho? Una anomalía, un dichoso desliz, una gran película que podría ocurrir en cualquier parte del mundo.

Gonzalo García-Pelayo, siguiendo a cierta distancia los pasos de Mariano LLinás en sus Historias extraordinarias, llevó su cámara a esos lugares abiertos, un poco anónimos, alejados de la mano del cine, para contar la historia de dos hermanas en dos películas que podrían ser una, pero son dos, cada una con una hermana diferente.

Mucho, rápido y bien: así filma Gonzalo sus películas; así construye, a gran velocidad, sobre todo en los últimos años, su reputación de director audaz, a contracorriente de modas, saberes establecidos y comodidades del hacer del cine. El suyo es siempre un cine “sobre la marcha”. Por cierto que así se llama el libro autobiográfico de Javier García-Pelayo, su hermano, habitual colaborador de Gonzalo, ánima bendita de motoqueros, rockeros y otras yerbas, cuya vida daría no para un libro sino para una biblioteca entera. En Gonzalo, un cine sobre la marcha quiere decir un cine que se encuentra a sí mismo en el mismo oficio santo en que se realiza. Una vieja película suya lo resume con eficiencia de samurai y entrega de mártir: dos amigos, un arma, un auto robado, una chica, una ruta. Caminos de provincia españoles, comidas al paso, diversión, alegría de vivir. La película es de1982 y se llama Corridas de alegría. El pliegue chusco del título, que involucra la lidia de toros y el momento culminante del acto sexual, no impidió que la película tuviera el año pasado una muy simpática remake, dirigida por María Royo y Julia de Castro, dos chicas de talento, con el nombre de On the Go.

La película pudo verse en la última edición del Bafici y fue definida por las directoras como una versión feminista de la original. ¿Más feminista que la primera?, parece que dijo Gonzalo cuando le comunicaron el proyecto. Sea como fuere, dio inmediatamente su venia y quedó luego muy contento con la película, tanto como para hacer en ella un cameo y todo junto a su hermano Javier. El lector ya habrá advertido, por cierto, que el título On the Go puede traducirse como “sobre la marcha”. De modo que todo cierra. Ambas películas, no es difícil darse cuenta, tiene algo del motto divulgado por Godard. Pocos elementos hacen un film. O dicho de otro modo, se puede hacer cine con tres o cuatro cosas, sobre todo si son interesantes, motivadoras, si producen movimiento, empujan a los personajes, los hacen salir, como si fueran viejas historias de caballería.

Nuestro director tuvo una vida larga y llena de historias. Fue gestor del underground sevillano apenas despuntados los años setenta: los dos discos del grupo Gong, que supo producir, se encuentran entre lo mejor de la historia del rock. Pero Gonzalo produjo infinidad de artistas –desde Vainica Doble hasta Gaby, Fofó y Miliki (en España conocidos como Los payasos de la tele), o su inolvidado amigo Luis Eduardo Aute. Fue periodista musical, regenteó boliches, escribió crónicas rockeras y viajó con sus artistas por medio mundo. En el año1975 filmó Manuela, su primera película, en la que aprovechó y metió mucha de su música preferida. Manuela es un drama rural de la Andalucía profunda basada en un célebre libro de Manuel Halcón. La película tuvo gran repercusión popular, pero la crítica la despedazó. Que mejor se quede en el negocio de la música, le dijeron. Gonzalo García Pelayo no se quedó en la música. Las innovaciones formales de Manuela –sus movimientos de cámara, su exaltado lirismo musical, su uso de carteles, su roce insolente con las formas más desmelenadas de arte popular-, pueden hacer acordar, vistas ahora, por ejemplo, a Leonardo Favio. García Pelayo, que jamás había visto una película del argentino, sabía que había tocado una fibra. Tenía algo. 

Su siguiente película, Vivir en Sevilla, fue ignorada por todo el mundo, pero se convirtió en leyenda; piedra de toque de una modernidad desconocida para el cine español y película de culto a regañadientes. Muchos aseguran que es su gran película, e incluso ha aparecido en la última encuesta de la revista inglesa Sight &Sound que recoge las mejores películas de la historia. Personalmente, considero ese juicio poco justo.

Gonzalo es un cineasta vital, joven a sus setenta y siete años, capaz de hacer un cine cada vez más nuevo, cada vez más jovial; un cine que parece volverse más lúcido y a la vez más audaz en cada nuevo rodaje. Diría incluso que Vivir en Sevilla puede parecer la película de un director mucho mayor que aquel joven que la rodó en el año 1978. Se trata, claro, de un film magnífico, pletórico de hallazgos, de invenciones, de secreta intensidad; pero unos cuantos, muchos, muchísimos de los que le siguieron no le van en saga. Gonzalo insistió con el cine, pero en un momento decidió el retiro. Se convirtió en jugador y en estudioso del azar, de las leyes probabilísticas. Reventó varios casinos por el mundo, que le cerraron las puertas. En España tuvo un caso muy sonado que llegó al Tribunal Supremo (como llaman allí a la Corte Suprema, y Gonzalo obtuvo su revancha ante la ley varios años después.

Y como esta es una historia que no termina, hay que seguir. Después de un hiato de treinta años, nuestro director volvió a dirigir. Volvió un día, no una noche, porque esto no es un tango. Y los años, como se ha dicho, fueron treinta y no veinte. Pero Gonzalo García Pelayo tuvo un regreso a la altura de Gardel. Volvió con una película joven, más joven aún: película de jóvenes, también, que empieza con referencias a Vivir en Sevilla sin nostalgias ni sentimentalismo, con imágenes de la trémula, conmovedora Ana Bernal, inmortalizada para el cine y para la vida. Ana Bernal, que no era actriz y que no volvió a actuar durante décadas, hasta que el propio Gonzalo la convocó para otra película suya, vive, valga la aclaración, y es una mujer espléndida. Quien esto escribe la conoció en persona. Es otra historia, sigamos. La película de la vuelta se llama Alegrías de Cádiz, que está filmada en esa hermosa ciudad del título –blanca, azul, verde, ciudad baja y amigable, la antigua Gadir de los fenicios- y alude también, en la palabra “alegrías”, a un palo de la música flamenca. Como cuando John Huston se apareció a los ochenta años con El honor de los Prizzi, García Pelayo filmó con la felicidad y el empuje de un joven de treinta. Fue el recomienzo, o el comienzo de la segunda parte de sus aventuras en el cine. La música, el sexo, la gente, la picardía, la estación del carnaval con sus agrupaciones satíricas; el habla de la calle. Gonzalo filma con pocas cosas que sin embargo parecen un montón: las ideas fluyen a borbotones, en torrentes tan sorprendentes como generosos. Love streams, diría Cassavetes (“el griego”, como lo llama la gran escritora argentina Milita Molina); amor por la gente, por los paisajes, por las calles.

El cine del director está siempre tocado por una suerte de sabiduría que es la bondad. No la impostada, la falsa, la de conveniencia. Bondad de verdad, ese bien desdeñado por cínicos, canallas y tontos. Sin blandura, docilidad ni concesiones, las películas de García Pelayo destilan bondad como un soplido; fluyen con velocidad y determinación, sin conflictos, sin sordidez. Aquellas de sus películas que llama “blancas”, por ejemplo Niñas Niñas 2, en las que filma a sus nietas y a un sinfín de parentela que por momentos se me escapa, tienen la alegría y la serena sorpresa de un Edén de situaciones inaugurales, como si los personajes que llenan los planos fueran regios animalitos pensantes, que se mueven con la holgura de princesas o de hadas.

En el cine de García Pelayo se podría decir que todo es asombro. Todo parece ocurrir en la pantalla por primera vez; todo merece ser visto, escuchado, mostrado. Con sus películas “adultas” pasa lo mismo; el sexo tiene siempre algo lúdico, una fuerza ancestral natural que jamás declina en arrepentimiento o sentimientos lúgubres. Esa es la bondad de su cine: la de mostrarlo todo con la dicha sin par del principio de las cosas.

Ahora se podría decir, como harían los cómodos, el resto es historia. Pero no es así, porque esto se escribe sobre la marcha, on the go, y mientras escribo Gonzalo García Pelayo está empezando el rodaje de otra película. Debería hacer constar aquí el número de película que es, pero perdí la cuenta. Son muchas películas. El distraído lector se conformará con saber que en los últimos dos años Gonzalo filmó más de veinte películas. Ese lector hipotético leyó bien. El cine del director es un cine “de guerrilla”, como se decía antes. Poca gente, poco dinero; mucho talento y mucho genio (las dos cosas, que de ningún modo son lo mismo, se dan en las películas del director). Mucha velocidad, pocos prejuicios. Pero películas, varias de ellas, geniales. De verdad.

La lista de films es larga. Cantidad antes que calidad, ha dicho Gonzalo. Erice tiene grandes y pocas películas. John Ford tiene muchas películas, y muchas de ellas muy grandes, geniales. Gana Ford, por supuesto. Las probabilidades juegan a su favor. Con Gonzalo ocurre lo mismo. Como en el episodio judicial de un casino que le negaba la entrada, el tiempo le da la razón. Gonzalo García Pelayo no perdió el juicio; lo ganó. Eso quiere decir que el futuro es suyo. Con mucha añoranza no hay porvenir. El revelador libro acerca de las aventuras en el metier de la música de Gonzalo se llama Nostalgia del futuro. Es lo que hay que tener para seguir filmando con la gracia con que lo hace él. Desear lo que está adelante. Adelante, siempre adelante: algo así decía un verso de Rilke (cito de memoria, a ciegas). Hacia adelante mira Gonzalo, en todo momento. Su cine también. Así se ganan los juicios y el futuro.

Fuente: https://www.peliplat.com

¡Comparte este artículo!