Fernando Muñoz escribe sobre la película El otro lado de la realidad

El Imparcial reseña de Fernando Muñoz

TRIBUNA

sábado 17 de septiembre de 2022, 19:35h

Fernando Muñoz, Doctor en Filosofía y Sociología.

Maestro de la imagen y de la palabra.

fernandomunozSe ha estrenado en la Cineteca del Matadero la película de Gonzalo García-PelayoEl otro lado de la realidad” cuyo otro lado es el libro homónimo de Luisa Grajalva. La literatura de Luisa Grajalva alcanza plenitud enEl otro lado de la realidad”. Perfecto en su género, este libro no consiente su transformación en cine. El cine de Gonzalo García Pelayo alcanza plenitud en “El otro lado de la realidad”. Perfecta en su género, esta película no consiente su transformación en literatura.

Gonzalo García-Pelayo – consciente de que no es posible hacer una película a partir de la literatura de Luisa Grajalva – ha ejecutado una obra maestra. Este humilde servidor – consciente de que no es posible hacer un ensayo a partir del cine de García-Pelayo – infiere a sus lectores este triste artículo.

La última película del titánico proyecto de realización de 11 películas en un año, un proyecto minuciosamente realizado, culmina aquí. Es evidente que no son producciones masivas y multimillonarias, soportadas por productoras internacionales con fanfarria de largas alfombras y estrellatos cósmicos. Son, por el contrario, leves joyas de mil facetas para conservar siempre en un rincón de la memoria, desde donde seguirán templando nuestra mirada e iluminándola.

Esta última maravilla es un alarde metafísico en el que la vida en común de un equipo esforzado, bajo la dirección del maestro García-Pelayo, realiza ante nuestros ojos – no hay verbo más preñado de sentido – una transmutación alquímica y presenta a partir de la desesperanza inicial la más acabada figura de nuestra condición humana. Y lo hace el maestro de barba blanca y voz parsimoniosa con la dirección de una auténtica comunidad de trabajo que ha permanecido esencialmente unida a lo largo de este año, en que Gonzalo García-Pelayo nos ha ofrecido su decálogo con decimales. Algo más de diez películas que dan medida de la creatividad del artista.

La película se abre con el rechazo del guion por parte del director, que convoca una reunión de urgencia del equipo, y con la duda acerca de la legitimidad de traducir a términos cinematográficos un texto intraducible y por sí mismo pleno, magistral, exacto. Todo el resto gira en torno al propio ejercicio de dirección de Gonzalo García Pelayo que se mueve fluidamente de uno a otro lado de la realidad una e indivisa: del logos literario al logos cinematográfico.

“Que aquellas esperanzas se hayan convertido en estas resignaciones” – escribe Luisa Grajalva – y García-Pelayo reconoce que no es posible llevar algo así al cine: “no lo podemos llevar al cine, es demasiado bien escrito, demasiado… “. Es entonces, en el borde del fracaso de la transmutación de los géneros – que excede la traducción entre idiomas –, cuando el acto literario produce un acto cinematográfico que se le subordina enteramente, poniendo en duda la consigna, tan difundida como discutible, que dice que una imagen vale más que mil palabras. Aquí las palabras todavía hoy – cuándo y dónde menos se lo esperaba – gobiernan a las imágenes. La palabra escrita de Luisa Grajalva y la vivo voz viva del señor de las imágenes. La palabra reposada de García-Pelayo señorea sobre la imagen, gobierna la reunión y la orienta sutilmente convirtiéndola en su obra más decantada: la obra en la que su trabajo cinematográfico brilla en su palabra. La voz rige la escena asombrosa de una reunión al estilo de una vieja academia, donde este hombre de largas canas da testimonio de un saber antiguo, ceremonial, parsimonioso. El señor de la imagen rinde tributo a la palabra y brilla por una vez en la caverna la luz de la verdad bien redonda. Poco podía sospechar este escribano lo acertado que iba cuando llamó al director – en una lejana ocasión – Parménides García-Pelayo.

A la transmutación alquímica contribuye una música elemental. Se diría maravillosa, una música digna de mirarse (mirabilia). Miren Uds. esa música. Las dimensiones plurales de la realidad se abren paso ante la mirada del espectador. El imaginero esculpe voces tramadas que hacen de la película un escolio, bordado en los márgenes del texto. Esa veneración a la palabra culmina cuando la voz soberana de Charo López vuela sobre un campo de naranjos. “Muy clásico”, dice el director. Todo ocurre como por casualidad, una música que andaba por ahí, una reunión que se diría improvisada, como si el azar cuajara una obra exacta.

Es la vida humana el núcleo en que los lados de la realidad se abrazan. La sabiduría antropológica del realizador se manifiesta en el silencio que clausura una obra sin parangón en nuestro panorama cultural. Gonzalo García Pelayo se calla y deja hablar para que se presente la realidad humana, todavía humana de su gente en la forma de un imperioso anhelo de permanencia. Decía Zambrano que lo propio del hombre es perecer. Se equivocaba: lo propio del hombre es permanecer y ese afán de permanencia – tan intempestivo y antimoderno – orienta el texto de Grajalva y el cine de García-Pelayo. Evocando esa permanencia se recuerda a Battiato: “Busco un centro de gravedad permanente que no me haga cambiar nunca las ideas sobre las cosas y la gente”. Lo característico del hombre es la permanencia y aunque se insista en el Homo Viator – en la figura de tres “caminantes” – que parece indicar que el hombre está en tránsito, ese tránsito está sumergido en campanas de trascendencia. No olvidemos que sólo hay camino si hay destino y procedencia. Y esas cotas del momento de la vida son de fundamento trascendente. Cuando se apunta a esos límites el temblor nos domina y nos desborda. Salta un dolor abismal que es el signo indudable de la realidad, de la única realidad.

El texto de Grajalva incorporado en la voz de Charo López nos deja ver, por el ojo de Gonzalo, la potencia comunicativa del ser humano. Uno palpa en la voz la vida de sus semejantes. Entonces se produce la herida por la que entra la luz curativa de la realidad y se nos entrega el don de lágrimas. Una emoción común – una conmoción – recorre al grupo.

Cada uno verá esta película según su condición, del espectador leído al iletrado, del sensible al acorchado, del lúcido al embrutecido, pero todos tocarán en algún punto el sentido de su condición humana. “La ausencia – dice Andrade – es una forma diferente de la presencia”. No cabe mayor precisión antropológica. No somos Andrade, el suicida, y sin embargo Andrade nos habita. Los muertos viven en nuestra vida, ecos anónimos que viven en nuestro propio logos.

El “fracaso” final de la película es también el signo del ocaso humano y, por tanto, el índice de su logro. Paradójico éxito del fracaso, que es un logro realizado en la forma de esta “película yugoslava” que se cierra con las campanas tras el paso de la Macarena. La película está en vilo hasta el final, como lo está la propia vida humana, ser o no ser. “Lo dejo en tu mano Javier, tú decides si hacemos la película o no”.

Fuente: https://www.elimparcial.es

 

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